"Francamente queridos, me importa un bledo"

Excusas tengo a mil, puedo decir que es más económico que apretarse el cinturón, que una persona sola con todos los gastos es poco para tan demasiado, que tiene infinitas escaleras, que la puerta no abre si no coges el pomo, dejas las bolsas con la compra en el rellano, el bolso, la bolsa con la ropa de deporte, cuelgas el teléfono, dejas libres las manos, y entonces, solo entonces, abres. Que está todo frío cuando llegas, porque siempre llegas tarde, y te vas pronto. Que las vistas desde la ventana de arriba son maravillosas, pero que no estás de pie en la ventana todo el día para poder disfrutarlas, que suenan las motos los sábados por la mañana, suenan mucho, no me importaba despertar escuchando la moto de campo un domingo por la mañana, sé de alguien que se reirá leyendo ese nombre, “moto de campo”, tal vez no se diga así, pero no tuve demasiado tiempo para aprender todo lo que quise aprender, suenan, ,mucho, y hasta el ruido no me parece el mismo, y es que las circunstancias, evidentemente, no tienen el mismo color a dulce mañana.

Puedo decir que el bar de abajo los viernes es inhumano, las juergas en la calle, los que se sientan en la puerta a discutir, a quererse o dejar de quererse. Que ya no escucho apenas al gallo, no lo escucho, pero huele, huele como no os imagináis, el gallo, las gallinas y los cientos de gatos que acumulan en esa casa a medio caer.
Y siento ser racista, aunque no tengo claro si lo soy, porque no es cuestión de raza, es cuestión de amor hacía mi sexualidad, no puedo soportar a los moros que cuidan de tanta gallina, tanto gato y un solo gallo, tan moro como ellos con las mujeres, pero con una diferencia, el gallo es un animal. Lo que debo ser yo para ellos, tan solo por ser mujer, por eso no puedo soportarlos. Y no creo tener la obligación de ser hipócrita con este tema, de la misma manera que ellos no lo son, por lo que espero que nadie se ofenda al leerme. De la misma manera que yo paso de ofenderme con sus siempre miradas lascivas hacía las mujeres que no esconden sus cabellos ,ni su rostro.

Excusas tengo a mil, pero solo tengo una realidad aplastante que me ha hecho mandar todo al diablo, no puedo con tanto sentirme sola.

Estiro y estiro las horas de llegada , para no estar sola, salgo del trabajo, voy a entrenar a mi antigua casa, en vez de hacerlo aquí, aquí lo haría sola, allí no. Hace mil que no paso el fin de semana en casa, porque tal vez no he llegado a sentirla como mía, demasiado callada para mí.

Siempre he sabido que quería tener familia, aunque fuese una familia atípica, siempre he sabido que quería ser mamá, que me gusta la gente que deja espacio para respirar a los demás, que necesita tener espacio para respirar, pero si hay algo que siempre he tenido claro es que no quiero estar sola, que no quiero ser una anciana sola, ni una mujer buenorra y tremendamente sexi e independiente y sola. Siempre lo he tenido claro, y ahora más que nunca. Ojala pudiera no ser así, pero lo soy, y en realidad me gusta, por lo que ojala no cambie nunca.

Tal vez sigo siendo una niña, y con el tiempo no vea las cosas del mismo modo que ahora, tal vez no he madurado aún, tal vez no llegue a hacerlo nunca del todo, no lo sé, y francamente queridos, me importa un bledo.

Que necesito salir a tender mi ombligo al sol con un poco de música, o sin ella, sentir los primeros rayos dando calorcin a la piel blanquita del invierno, me gustaba poder hacerlo en casa.

Excusas tengo a mil, y la única verdad es que me siento solita, callada, que necesito despertar por la mañana y encontrar a alguien, llegar a casa y saber que va a llegar alguien, que si estoy sola será pasajero, sintiéndolo mucho, por fin he asumido que me niego a quedarme aquí, solita y callada.

Que me voy, que vuelvo a casa de mis padres, y no vuelvo con la cabecina baja, vuelvo, porque soy como soy, y no me importa decir alto y claro que necesito vida a mi alrededor, necesito tener a alguien a quien sonreír, necesito cerrar la puerta y estar sola, pero no siempre. Me gusta a veces no hablar, y sentir que alguien más está callado a mi lado. Despertarme contenta por la mañana y andar descalza desperezando los millones de músculos que tiene nuestro cuerpo, coger un cafetín, bien , o mal hecho, y sentarme con las pestañas aún sin despegar , con un buenos días pequeña, o un buenos días sin más.

Por lo que tengo mil excusas para volver, y solo hay una que me hace volver.

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